jueves, 13 de mayo de 2010

LEONARDO NO PARA 'QUIETO'



Crónica de Daniel Ventura en mundotoro

EL ÉXODO

A veces es difícil combinar las aficiones. Venían los de toros (rejones) con la bufanda futbolera en la almohadilla y había en la plaza un rumor como de radio a través de auriculares. A la caída del tercero, busqué el bar. Sin éxito. Por las bocanas se arrojaban a la calle hombres con el ademán acelerado y la sed del fútbol en los ojillos. Para algunos, muchos, el sonido del partido no es suficiente. Por eso triunfó la tele. Se jugaba el Atlético en Hamburgo una copa de esas importantes. Y la gente corría de la plaza a los bares, buscando con más sed la pantalla que la cerveza. A veces es difícil combinar las aficiones, y aquellos que se fueron al bar sólo vieron la mitad de la actuación de Leonardo Hernández con los de Luis Terrón, una actuación madura y seria. Sobre todo. Se lo perdieron, total, por ver ganar una copa. Al Atleti, seguramente.

A Leonardo le importó ‘Bailaorito’, el tercero de la tarde, un toro al que vio justo de fuerzas y al que cuidó con inteligencia. A caballo también se lidia, y Leonardo supo manejar el reloj.

Construyó una labor que tuvo en su primera parte más virtudes técnicas que fuegos artificiales.

El toro buscaba refugio en los tableros y el jinete lo acarició para convencerle de que no pasaba nada, de que se dejase. Cuando se hubo entregado el toro, Leonardo vio el momento, y lo vio bien, de exigirle. A lomos de Amatista hizo lo más parecido que se puede hacer al toreo de muleta sobre un caballo: engancharlo por delante, el hopo cual muleta, y llevarlo enhebrado hasta muy lejos. Un natural de quince metros. O una carrera por la banda. Sacó a Verdi para terminar de impactar, con los cites de frente y los quiebros, tan limpios como ajustados. Verdi hizo cabriolas como las manos de un pianista. O como un delantero explosivo. El rejón cayó abajo, pero no importó. Paseó una oreja y muchos de los que se iban a ir, ya no se fueron. Aunque no apagaron las radios.


Seguían encendidas a la salida del sexto, toro de nombre mistérico, 'Ultralunito', con el que Leonardo terminó, silenciosamente, de desdeñar el fútbol. 'Ultralunito' se movió menos que el tercero, aunque prestaba mayor atención. La fijeza, y la nobleza, fueron las materias con las que el rejoneador construyó una labor nuevamente notable. Esas dos, y la valentía: citando de frente siempre, enfrentando los equinos pechos a las cornamentas. Y también la firmeza, haciendo el toreo sirviéndose de una crin o de una grupa.

En resumen, la solvencia, o la capacidad para combinar en una labor la belleza y la eficacia lidiadora. Ni un solo gesto de más, ni una sola pasada, un sentido idóneo de la medida. Olé, como antes Amatista, puso la profundidad serena en viajes limpios, con el toro embebido y entregado. Quieto significó, como Verdi ante el tercero, la espectacularidad escénica, quebrándole con donosura al toro las trayectorias, enseñándole lo que de ningún modo le iba a dar.

El rejonazo final, penetrando en la yema o casi, fue la firma rotunda en el billete del triunfo: la Puerta Grande, la Europa League. El salón de las elites, al cabo.

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